lunes, 19 de mayo de 2014

Capítulo 1: Un día londinense - El corazón de Jade

Capítulo 01: Un día londinense.

Amelia


Amelia soltó un bostezo mientras se levantaba. Era un precioso sábado por la mañana... Todo lo bonito que puede ser en el siempre lluvioso Londres. Las diminutas gotitas de agua golpeaba débilmente el cristal, pero el sol brillaba en el cielo, creando un impresionante arcoiris. La chica sonrió, y se lo tomó como una señal de que el día iba a ser interesante.

Se vistió, poniéndose su atuendo especial. Se sentía muy cómoda con él, y, además, eran las ropas que había llevado en aquella impresionante aventura con esa gente tan especial... Por aquel entonces sólo tenía doce años, pero su gran inteligencia y su condición de campeona de ajedrez británica le habían abierto la puerta a una experiencia... Bueno, indefinible. Había sido tan enriquecedora como peligrosa, y Amelia sabía la suerte que había tenido de haber salido indemne. Bueno, casi indemne. Pero las fracturas se curaban con rapidez y eficacia, máxime siendo tan joven como ella lo era, por lo que no le habían quedado secuelas del suceso. Se calzó las botas mientras recordaba todo lo que le había pasado aquellos días.

Con una sonrisa, recordó cómo, en el fondo, los diabólicos enigmas del malvado Descole habían resultado ser toda una diversión para su joven mente. Pese a lo valioso que era lo que estaba en juego, una parte de ella había disfrutado aplicándose a fondo en la tarea de resolver todos aquellos misterios. Todos ellos habían tenido trampa, y estaba orgullosa, en el fondo, de no haber caído en ninguna. ¿Lo más antiguo? Las estrellas, por supuesto. ¿Cómo era posible imaginar otra cosa? Y, sin embargo, mucha gente había fallado aquella sencilla pregunta, en favor de obras de arte que bien podían tener unos cuantos cientos de años de antigüedad, pero que, junto al cielo nocturno, eran apenas bebés balbuceantes en lo tocante a la edad.

Se trenzó el pelo y se dejó el flequillo, tal y como solía hacer ahora. Ya no llevaba su lazo a diario, pero vistiendo aquella ropa... Qué menos. No podía hacerle semejante feo al pobre lazo. Así pues, se lo colocó con cuidado, descubriendo, maravillada, que, tras cinco años, sus dedos seguían sabiendo cómo se ponía una un lazo sin desgraciarlo entero.

Le sonrió a su reflejo, y juzgó que estaba presentable. Bueno, la ocasión lo merecía. Una comida con su viejo amigo, el profesor, y con el pequeño Luke... El pequeño Luke. Cuando lo conoció, aparentaba tener unos diez u once años, pero en realidad no pasaba de los siete. Y, sin embargo, hablaba y razonaba de una manera no muy lejana a la de ella misma. Aquel niño también era un prodigio... Al igual que su mentor. Amelia nunca había conocido a un hombre tan caballeroso e inteligente. ¿Cómo les habría afectado el paso del tiempo? ¿Seguirían siendo los mismos de antes? Seguro que sí. Y, sin embargo, no pudo evitar sentir un cosquilleo en los dedos de la emoción.

De un humor excelente,  cerró la puerta de su piso y bajó las escaleras a saltitos. Le gustaban aquellas mañanas tan londinenses. La hacían sentirse como en casa.



Layton
El Profesor se levantó tan puntual como siempre. El sol brillaba en el cielo, pero las nubes grises que amenazaban lluvia dificultaban el paso de los tímidos rayos de luz. Hershel calculó que empezaría a llover en unos diez minutos, y se percató de que no tenían pan ni huevos para el desayuno, por lo que bajó a la tienda de la esquina a comprar lo que necesitaba, a paso ligero. 
Y acertó en sus predicciones: no bien hubo entrado por la puerta de nuevo, una fina llovizna comenzó a azotar los cristales. Con una sonrisa, el Profesor se puso a preparar el desayuno. 






Luke

Mientras el Profesor terminaba de freír la panceta en la cocina, el pequeño bulto envuelto en sábanas de la habitación de al lado comenzó a revolverse. La tela estaba enrollada alrededor de su cuerpo con tal maestría que casi no se distinguía dónde terminaba una y empezaba el otro. Cualquiera hubiera pensado que era un cadáver, envuelto en sábanas para deshacerse furtivamente de él, pero era sólo la manera un tanto movidita que tenía Luke Triton de descansar. 

Medio despierto ya, Luke olisqueó el aire, y abrió mucho los ojos cuando el olor a panceta inundó sus fosas nasales. Con un salto que habría hecho palidecer a cualquier gimnasta profesional, se deshizo de la sábana, y en dos pasos se plantó en la cocina, pegado al Profesor.

-Luke, apártate un poco o te quemarás con la sartén -le advirtió Layton, pero lo hizo con un tono vagamente resignado, como si supiera de antemano que el niño no se iba a mover de allí hasta que se tomara su ración de panceta. Sacudiendo la cabeza, comenzó a darle la vuelta a las finas lonchas de carne, mientras Luke seguía a la espátula con la mirada. Una mirada llena de gula y deseo, eso sí.


Flora

A Flora Reinhold le encantaba cocinar. Y eso no quería decir que fuera una maestra en lo que a la cocina se refiere, ni mucho menos, porque, y pese al empeño que le ponía la pobre chica, sus platos no eran lo que se dice... Comestibles. Aunque esto no hacía que su impulso creador culinario decayese, sino que, por el contrario, la animaba a participar activamente en la creación de todos los platos que se preparaban a menos de un kilómetro de ella. 

Así pues, en cuanto olió la panceta que el Profesor estaba friendo para el desayuno, saltó ella también de la cama, pero por motivos completamente diferentes, y corrió hasta la cocina, casi más rápido que Luke, el cual ya estaba pegado a su maestro. Flora le cogió el brazo con el que manejaba la sartén.

-¡Profesor! ¿Puedo ayudarle en algo?

-Oh, Flora, eres muy amable, pero ya casi he...

Sin esperar una respuesta, Flora se dirigió a la nevera y cogió dos plátanos, el brick de leche, zumo de naranja y un poco de queso. Troceó el queso y los plátanos y, antes de que nadie pudiera hacer nada para evitar el terrible sacrilegio contra la buena cocina que iba a tener lugar, los echó en la batidora junto con la leche y el zumo y pulsó el botón rojo. 

-¡Yo me encargo de la bebida, Profesor! -exclamó mientras vigilaba el progreso de su mejunje. Concentrada como estaba en ver cómo progresaba su bebida, no vio cómo Luke y Layton intercambiaban una mirada de terror mudo.


 Luke y Layton

Cuando al fin terminó de freír la panceta, y Flora canturreó para anunciar que su extraño brebaje ya estaba listo, Layton procedió a freír tres huevos, los puso en el mismo plato que la panceta y lo llevó a la mesa. Luke se había encargado de tostar el pan, por lo que ya estaba todo listo. Pusieron la mesa entre los tres, y se sentaron a tomar el desayuno. Luke, como de costumbre, hizo una pequeña obra de arte y equilibrio con la panceta y el huevo, mientrs Flora y el Profesor se mostraban más civilizados, poniendo el huevo sobre un fino lecho hecho con la panceta que había escapado a la voracidad de Luke. Flora les sirvió un vaso bien lleno de su Bebida Especial 7, como había decidido bautizarla, y los dos hombres de la casa se miraron, con la expresión de quien lleva sobre sus hombros el peso del mundo, antes de tomárselo de un trago. 

-¿Os gusta? -preguntó Flora con ilusión. El Profesor asintió, y Luke alzó un pulgar. Ninguno de los dos se atrevía a abrir la boca, por temor a lo que pudiera pasar... O salir volando de ella. Pese a que sus cuerpos se lo estaban pidiendo a gritos, no querían vomitar aquel extraño brebaje, y menos delante de la pobre Flora-. ¡Genial! No sabía si me había pasado con el orégano y la mantequilla, la verdad...

Luke abrió mucho los ojos, mientras sentía que le abandonaba la fe en la humanidad. ¿¡Cómo era capaz Flora de pensar que el orégano, la mantequilla y el queso eran buenos compañeros para el zumo de naranja y la leche!? Más aún, ¿¡cómo era capaz de usarlos a ellos como conejillos de Indias!? Aquello era una alta traición a su confianza. 

Adivinando lo que pensaba, el Profesor negó casi imperceptiblemente con la cabeza. Luke captó el mensaje, y se abstuvo de preguntarle a Flora si pensaba repetir el plato. "Me debe una, Profesor", pensó el chico mientras se tragaba como un valiente las lágrimas.

-Bueno, chicos -dijo el Profesor cuando terminaron de recoger la mesa-. Hoy hemos quedado para comer con Amelia, no se os olvide, así que...

Como imaginaba, no pudo terminar la frase.

-¿Con Amelia, Amelia? -saltó Luke, emocionado-. ¡Genial! Es tan listaaaa... De mayor quiero ser como ella. Como ella y como usted, Profesor.

Layton sonrió.



 Flora

-¿Quién es Amelia? -le interrumpió Flora, mientras sentía que la invadían los celos. Toda mujer ajena a su grupo suscitaba en ella cierto rencor, incluso si no las conocía.

-Es una vieja amiga, Flora. Ahora mismo tiene más o menos unos diecisiete años. Verás cómo os lleváis bien.

Flora se enfurruñó un poco, pero decidió confiar en el Profesor. Claro, que de quien no se fiaba era de Amelia.

-Bueno, chicos. Preparaos. Hemos quedado a la una, y ya sabéis que un caballero no hace esperar a una dama.

"¿A una DAMA?" pensó Flora, mientras sentía otro ramalazo de celos. "Jo, menuda bruja va a ser esta."

  
Chelmey

-¡Buenos días, mi amor! -gorjeó la señora Chelmey mientras abría las cortinas del dormitorio principal. El inspector tuvo la fortuna de levantarse después del pequeño chaparrón, por lo que pudo ver cómo la luz del sol bañaba Londres, lo que le puso de bastante buen humor (por suerte para todos).

-¡Cariño! Qué bien huele a tus bizcochos -se relamió Chelmey. Los dulces de su mujer eran su gran pasión.

-Especialmente para ti. Rellenos de crema de arándanos -sonrió la señora Chelmey. Señaló una bandejita que había dejado en la mesilla de su marido. 

-Oh, cielo. Qué bien huelen. Muchas gracias.

Chelmey se levantó para besar a su mujer. De puertas para  fuera era un hombre muy gruñón y protestón, y había quien llegaba a calificarlo de violento e irascible, pero era en su casa donde sacaba a relucir su verdadera personalidad: un hombre sencillo, amable, que sólo quería lo mejor para su mujer. 

Mientras desayunaban en la cama, Chelmey tuvo el presentimiento de que iba a ser un gran día. Una llamada de teléfono por parte de Barton empañó ligeramente aquella felicidad.

-¿Dígame?

-Um, señor, verá, tenemos que ir hoy a hacer ronda por la zona de...

-¡Pero bueno, Barton! ¿Tú te crees que estas son horas de llamar un sábado?

-Eh, bueno, señor, son las once, y...

-¡Ni once ni gaitas, Barton! La próxima vez que llames, procura que no sea tan temprano. ¿Qué decías de una ronda?

-Que hoy nos toca hacer ronda, señor... -murmuró Barton, resignado. Sabía que, en el fondo, su superior le tenía aprecio, pero había veces en las que era bastante complicado llegar a percibirlo.


?

Espera. Está oscuro, pero espera. Casi, casi... Unas horas y será libre. Y, entonces, su venganza no conocerá límites. Espera...  

lunes, 5 de mayo de 2014

El corazón de jade - Capítulo 0

¡Hola!

Antes de dar comienzo a un nuevo FanFic, esta vez de la saga de videojuegos del Profesor Layton, quisiera presentaros a los personajes que intervendrán en ella, incluyendo a mi personaje principal, que no es OC, sino que apareció en la película El Profesor Layton y la Diva Eterna (la he rescatado del abismo del olvido, ya que me parecía un personaje interesantísimo), para que no os perdáis.



 HERSHEL LAYTON

Hersel Layton es el protagonista de nuestra historia. Tiene 34 años, el pelo castaño y los ojos negros. Por lo general, es bastante tranquilo, honesto, leal, sincero, paciente, elegante, realista, inteligente, observador y tenaz, e intenta ser en todo momento un caballero. Es profesor de arqueología en la Universidad de Gresenheller. Afirma a menudo que le debe mucho a su mentor, Andrew Schrader. Ha resuelto ya varios casos que lo han catapultado a la fama, y suele ir acompañado de Luke, Flora y Emmy.






 

LUKE TRITON

Luke es el acompañante del profesor. Es un joven de pelo castaño claro y ojos negros, que nunca se separa de su gorra ni de su libreta de notas, en las que apunta todo aquello que considera que puede ser útil a la hora de resolver un caso. Es un chico lleno de energía, glotón, algo impaciente, pero honesto, leal, puro, inteligente y muy persistente. Intenta emular a su maestro y convertirse en un caballero, aunque a veces falle. Acompaña en todo momento a Hershel, y es el mejor a la hora de tratar con animales, puesto que los ama (y ellos lo aman a él). Su padre es el alcalde de Misthallery, el lugar donde conoció al profesor. Al igual que él, es un experto en resolver enigmas.





 FLORA REINHOLD

Flora es la hija del difunto Barón Reinhold y heredera de su fortuna. Tiene el pelo de color castaño, con mechas más claras en el flequillo y en la coleta, y unos bonitos ojos negros. Siempre lleva el pelo recogido en una coleta, atada por un lazo de color rojo. Por lo general, es tranquila, tímida, dulce, reposada y muy simpática, aunque puede ser un poco severa con Luke. Su padre le dejó en herencia la villa de Saint-Mystère, ocultándola a ella de los codiciosos mediante una serie de enigmas, gracias a los cuales ha comenzado a ser una buena pensadora. Se ha barajado la posibilidad de que esté enamorada de Luke, pero nunca se ha confirmado que sea así. Tiene una marca de nacimiento en forma de manzana que únicamente aparece cuando Flora ríe y/o está feliz.







EMMY ALTAVA

Emmy es la enérgica y dinámica ayudante del profesor. Actualmente no da apenas señales de vida, pero en el pasado le ayudó a resolver varios casos que se le presentaron de improviso gracias a su talento recopilando datos, memorizando y conectando ideas. Tiene el espeso cabello castaño rizado, y los ojos negros. Es una chica muy lista, impulsiva, activa, leal y cariñosa, por lo que enseguida le cae bien al profesor. Es muy aficionada a la fotografía debido a su vocación de periodista, por lo que siempre lleva encima su cámara, y, en más de una ocasión, sus fotografías han sido claves para resolver un caso.







AMELIA RUTH

Amelia es una amiga del grupo que conoció al profesor y a Luke por primera vez en la aventura que los llevó al descubrimiento de las ruinas de la perdida civilización de Ambrosia. Tiene el pelo rubio recogido en una elegante trenza, y los ojos marrones. Al ser la campeona británica de ajedrez, es increíblemente inteligente, y muy aguda, con capacidad de pensamiento múltiple para calcular las consecuencias de diferentes situaciones a partir de una sola. Adora a su difunto abuelo, que fue el motivo por el que se embarcó en la odisea de conseguir la Vida Eterna en la que se hizo amiga de nuestros protagonistas. Es una persona muy justa. Siempre lleva su lazo rojo sobre la cabeza.









INSPECTOR CHELMEY

Chelmey es el inspector jefe del departamento londinense de Policía. Tiene muy mal genio, aunque en el fondo es un hombre con un corazón de oro, y le encantan los dulces que le prepara su mujer. Como jefe, tiene a su cuidado a Barty, un atolondrado subordinado. Gracias a su acceso privilegiado a la extensa red de datos de la policía y su colaboración, Layton ha podido llevar a buen puerto muchas de sus investigaciones. Tiene el pelo castaño y lacio, y un enorme bigote. Nunca se quita la chaqueta.








DON PAOLO

Don Paolo es el archienemigo del profesor Layton, y un criminal brillante. El origen de su enemistad es una compañera de universidad a la que ambos amaban que, sin embargo, eligió a Layton. Lleva el pelo castaño peinado en dos espesos mechones que parecen cuernos de diablo, y el mostacho con el mismo estilo. Es un maestro del disfraz, cuyas vestimentas y artimañas han engañado varias veces a nuestros protagonistas, pero que, si no hay más remedio, colabora con ellos.








 CLIVE DOVE

Clive es un inteligente muchacho capaz de urdir planes grandilocuentes. Tiene el pelo de un color castaño muy claro y los ojos negros. Perdió a sus padres en una explosión causada por un experimento fallido relacionado con el viaje en el tiempo, por lo que, durante un tiempo, buscó venganza contra aquellos que habían sido responsables, con su negligencia, de las muertes, valiéndose para ello de su gran fortuna, heredada de la difunta señora Dove, que lo adoptó cuando era pequeño. Es extremadamente inteligente, como demuestra, paciente, capaz de retener infinitos detalles. También tiene habilidad para manejar el dinero, una vasta red de contactos y una mente maquiavélica. Actualmente está en prisión debido a sus delitos de destrucción masiva. Guarda cierto parecido con Luke Triton.   
 

sábado, 8 de marzo de 2014

Endless Road



 -Car... Carlos... -la tenue voz de Laura, pese a no pasar de los cuarenta decibelios, activó todas las alertas en el cerebro de Carlos, que se despertó de inmediato y saltó de la incómoda silla de hospital para arrodillarse frente al lecho de la chica y sostener su mano entre las suyas.

-¿Qué tienes, Laura? ¿Llamo a la enfermera? Le pediré que te doble la dosis de...

-No, no... Ya da igual. Ayer oí al médico. No estaba dormida, ¿sabes? Era sólo que... No tenía fuerzas para abrir los ojos. Y le oí. Oí lo que os decía -la chica se esforzó para poder pronunciar correctamente las palabras, para darle forma y voz a sus pensamientos.

-No... No, Laura, no es definitivo, hay posibilidades de que te recuperes, no... -Carlos sintió que le fallaba la voz a medida que se iba dando cuenta de lo que implicaba lo que Laura estaba diciendo. Ya da igual... Era una frase dicha por alguien que sabía que tenía los días contados y se resignaba a ello. Laura Sandoval, aquella chica de la que se había enamorado hacía ya dos años y medio, aquella chica que le había enseñado que la vida valía la pena vivirla, aquella chica que le había abierto los ojos, aquella chica se estaba muriendo, relegada a una triste camilla de hospital con las sábanas azules y cantidad de aparatos que, a ojos del chico, eran absurdamente innecesarios si no lograban salvar la vida de su novia.

-Carlos... No llores por mí -le pidió la joven en voz baja, secándole las lágrimas mientras los sollozos convulsionaban la espalda de éste-. ¿Recuerdas la... letra de aquella canción? Life is just a station in the way... But our existence is an endless road... You and I, an eternal love.

Carlos cantó con ella aquel verso de aquella preciosa canción, sintiendo que le costaba respirar. La vida es tan sólo una parada en el camino... Pero nuestra existencia es un viaje sin fin... Nosotros, un amor eterno.

-Voy a pedir que me desconecten -susurró Laura cuando acabaron de cantar. Carlos apoyó su frente contra la de ella y le dio un suave beso en los labios. No podía, no quería dejarla ir. Pero, si realmente la amaba, no sería capaz de prolongar su sufrimiento. Hacía tiempo ya que sus pulmones no eran capaces de mantenerla viva, y llevaba ya meses postrada en aquella habitación. Él no se había separado de ella en ningún momento, pero ahora... Ahora llegaba el adiós definitivo. Carlos sintió un vacío en el etómago, y lloró en silencio la pérdida que, pese a no haberse producido aún, ya sentía muy real.

-Laura.... Te amo. Aun si estamos separados, aun si tú te vas a un lugar donde yo no puedo alcanzarte, espérame. Espérame -el chico apretó los labios, y pulsó el botón del interfono.

Cuando entró la enfermera, Carlos abrazó por última vez a la joven, muy fuerte. Se levantó de la silla que no abandonaba desde hacía tanto tiempo y salió del habitáculo sin mirar atrós. No quería verlo. Cerró la puerta al salir.

A su espalda, un pitido uniforme le indicó que ya estaba hecho. No pudo evitarlo.

Se derrumbó y comenzó a llorar.

***

Once años más tarde, un joven médico salía del hospital tras acabar su turno. En lugar de ir directo a su casa, se desvió hacia las afueras, y compró una única rosa blanca a aquella mendiga a la que empezó a frecuentar hacía once años, cada viernes. Con cuidado, empujó la verja metálica y entró en el cementerio. Se arrodilló frente a la tumba de Laura para depositar la flor, y limpió con los dedos la inscripción, mientras la leía en voz baja.

-Aquí yace Laura Sandoval, fallecida el 12 de enero de 2012. Siempre permanecerá en la memoria de sus familiares y amigos. Descanse en paz.

Y, después, cantó en voz baja la letra de aquella canción que no había olvidado todavía, ni olvidaría jamás. Our existence is an endless road... You and I, an eternal love...

-Espérame, Laura... Te juro que volveré a tu lado. Espérame, amor. Espérame.



Este es un microrrelato que escribí para un concurso de prosa hace poquito, y quería compartirlo con vosotros. No sé si al leerlo sin haberlo escrito se siente uno de otra forma, pero a mí me acompleja bastante leerlo, porque me da la sensación de que está horrible y es muy cursi. ¿A nadie más le parece pasteloso? Besos :)

viernes, 10 de enero de 2014

Oneshot: Futuro - Inazuma Eleven FanFic



http://es.inazuma.wikia.com/wiki/Nathan_Swift



-¡Ichirouta! ¡Rápido, se me ha acabado el arroz para tu onigiri! ¿Puedes ir a la tienda y comprar un paquete, cariño? ¡Coge de la entrada unas monedas de 500 yen!

-¡Vale, mamá!

Kazemaru dejó las ceras en la mesa de la cocina junto a su dibujo, y fue a la entrada a por las monedas, cogiendo cuatro por si acaso. Abrió la puerta, y antes de salir se fijó en el reloj.

-Las... doce y media justas. Tres, dos uno... ¡ya!

Al grito de "¡Ya!", Kazemaru salió corriendo calle abajo. Con las monedas bien sujetas en el puño cerrado, aceleró para tomar la curva de su calle y salir a la calle principal, donde se ubicaban todos los comercios y establecimientos, grandes y pequeños, callejeros y oficiales. Una amplia variedad de objetos, alimentos y diversiones por poco no tienta al niño de olvidarse de su misión, pero Kazemaru era un niño disciplinado, y sabía perfectamente que lo primero es siempre el deber. Correteó entre los puestos varios, esquivando con habilidad y asombrosa rapidez a varias mujeres gordas y sudorosas cargadas de alimentos, hasta llegar a la tienda que quería.

-Un saco de arroz, por favor -pidió al dependiente. Éste lo miró con cariño, y sacó de debajo de la barra un saco de cinco kilos lleno de delicioso arroz.

-Son 1500 yens, Ichirouta. ¿Otra vez se le ha acabado a tu madre el arroz mientras os cocinaba el almuerzo? -preguntó mientras el niño contaba las monedas.

-Sip -contestó, tendiéndole tres disquitos metálicos al dependiente-. Yo creo que sería mejor comprar el arroz antes de hacer la comida, porque no tendría problemas con la cantidad, ¿no cree?

-Hahaha, eres bastante sensato, chico. ¡Ryota! Ayuda al chico a llevar el arroz.

Un joven larguirucho con expresión alegre se acercó al mostrador, y se cargó al hombro el saco.

-Enseguida. ¿A dónde, campeón?

-Yo le guío. ¡Gracias, señor Midoriyama!

El anciano agitó la mano a modo de respuesta.


**********

-Vaya, chico, le caes bastante bien al señor Midoriyama. Nunca había visto a nadie llamarlo por su nombre o apellido sin recibir una colleja -comentó Ryota cuando salieron de la ajetreada calle comercial-. A mí mismo no me está permitido dirigirme a él de otro modo que no sea "jefe" o "señor"...

-El señor Midoriyama es muy amable -sonrió Kazemaru-. Cuando mamá me deja comprar caramelos siempre me pone los mejores. A los que no se les ha ido el azúcar de encima.

-¡Jajaja! Pues entonces sí que te tiene en gran estima... Por cierto, de la tienda a tu casa hay un buen trecho, chaval. No me extraña que vinieras algo rojo, en sentido contrario es todo cuesta arriba.

-¿Eh? Ah, no, es que al subir la cuesta he hecho sprint en lugar de seguir corriendo con el mismo ritmo. A veces lo hago para ver cuánto tiempo puedo aguantar.

-¿¡¿Has venido corriendo?!? Pero si debes tener unos siete u ocho años. Es imposible que hayas llegado tan fresco tras semejante palizón -se sorprendió Ryota.

-Lo hago desde que tenía cinco años. Me gusta mucho correr y notar el viento en la cara. Es muy agradable.

-¿De veras? ¿Y si me enseñas lo veloz que eres? Venga, a ver cuánto tardas en llegar a... -el joven señaló una farola a unos cincuenta metros-, a esa farola. Preparados, listos... espera que pongo el cronómetro del reloj... ¡YA!

No bien hubo pronunciado la A, Kazemaru salió a toda máquina. Sus piernas estaban perfectamente coordinadas, como las de un atleta profesional, y daba unas zancadas sorprendentemente largas. Balanceaba mucho los brazos para tener  un mayor equilibrio, y era veloz como el rayo. En seis segundos diecisiete décimas estaba en la farola.

-¿¡¿Cómo has llegado en tan poco?!? -a Ryota se le salían los ojos de las órbitas-. Sabes, los estudiantes de instituto tienen dificultades para llegar a los seis. Y eso los más profesionales. Chaval, eres un prodigio.

Kazemaru no sabía muy bien lo que quería decir "prodigio", pero sonaba muy bien, así que sonrió.

-¿Has pensado en ser corredor profesional de mayor? Podrías ser el mejor deportista de toda la historia de Japón. Con ese tiempo...

-¿El mejor? -se sorprendió el niño-. ¡Eso sería fantástico! Pero no sé si valgo...

-Pues claro que vales, no digas bobadas. ¿Tú has visto el tiempo que acabas de hacer? Si entrenas a diario de aquí al instituto y logras ser tan extraordinario como acabas de demostrarme que puedes ser, puede que te den una beca de deportes en una gran universidad. ¡Quizá te lleguen ofertas hasta del extranjero! ¡De Estados Unidos! ¡De Europa! ¡De todo el mundo! Y cuando te entrevisten -añadió Ryota con un guiño-, acuérdate del viejo Ryota y de su jefe Midoriyama, que te llevaban el arroz y te daban los caramelos con azúcar, ¿eh?

-¿Usted cree que puedo llegar tan lejos? No sé... A lo mejor hay muchos niños que también corren mucho.

-Oh, vamos, trátame de tu, que me haces sentir como si fuera un venerable anciano. Y, querido niño, te aseguro que no hay nadie, al menos en esta ciudad, ni tampoco en las vecinas, que corra como tú lo haces. Eres... un prodigio.

Kazemaru sonrió de nuevo. Dicha dos veces y con ese tono, la palabra "prodigio" debía significar algo súper bueno.

-¡Entonces lo haré! Seguiré corriendo e intentaré llegar súper alto. Y cuando me pregunten, diré que vengan a visitar la tienda del señor Midoriyama, que siempre da los caramelos con azúcar.

-¡Jajaja! Me alegro, chico, aunque, ¿sabes? Yo no iría diciendo por ahí lo de los caramelos, ¡a ver si se nos va a quejar alguien por creerse que timamos a los críos!


**********

Ryota y Kazemaru siguieron hablando acerca de la extraordinaria habilidad del pequeño para la velocidad hasta la casa de este, que fue donde la voz chillona de la madre de Kazemaru los interrumpió.

-¡Ichirouta! ¡Vamos, que te tengo que hacer el almuerzo!

-¡Sí, mamá! -contestó Ichirouta. Después se volvió hacia Ryota- Gracias por ayudarme a llevarlo, me has ayudado mucho. Déjamelo, que se lo llevo a mamá.

-No, tranquilo, yo lo meto en tu casa.

Ryota subió el saco por la escalera de la entrada, y entró en la casa tras quitarse los zapatos en la entrada.

-Aquí tiene, señora. Cinco kilos del mejor arroz. Su chico es toda una joya -al oír esto, la cara de Kazemaru resplandeció como el sol-. Por cierto, ¿ha pensado en apuntarlo a alguna escuela de atletismo o alguna competición? Este niño es un prodigio de la velocidad, va endiabladamente deprisa.

Al oír el tercer "prodigio", Kazemaru ensanchó aún más, si cabe, su ya de por sí descomunal sonrisa. Tres veces en un día, debía de ser el niño más especial y "prodigiooso" que había pisado la Tierra. Mientras el ayudante de Midoriyama le daba a la madre del niño una dirección de un club de deporte de un amigo suyo, Kazemaru dejó en la entrada la moneda que le había sobrado, tras lo cual volvió a la cocina, justo a tiempo para que Ryota lo despidiera.

-¡Adiós, campeón! Sigue corriendo como si no hubiera mañana, ¿eh?

Tras alborotarle el pelo, salió de la casa, y por la ventana Kazemaru pudo ver cómo agitaba la mano para decirle adiós de nuevo.


**********

-Ichirouta, ¿luego...? Bueno, quería saber si podrías demostrarnos a tu padre y a mí cómo corres -comentó su madre. Kazemaru, que tenía la boca llena de arroz, asintió.

-¡Claro, mamá! -dijo tras tragar.

Sus padres cruzaron una mirada fugaz y luego siguieron comiendo mientras veían las noticias.


**********

-Venga, Ichi, a ver qué bien lo haces -lo animó su padre mientras buscaba el cronómetro en su reloj de pulsera multifunción. Cuando al fin lo encontró, le explicó al niño las normas-. A ver cuánto tardas en ir hasta esa señal, darle una vuelta entera y volver.

Kazemaru frunció el ceño mientras buscaba la señal, hasta que la encontró. Estaba a aproximadamente ochenta metros. Su madre le dio unas palmaditas en la espalda para animarlo, y después dejó espacio al niño para que se colocase. Él adoptó la posición de los corredores profesionales: con una pierna flexionada adelantada, la otra recta y las manos en el suelo. Pese a su corta edad, mantenía la postura perfectamente.

-Preeeeeparados... Listoooooooos... ¡YA!

De nuevo, Kazemaru había salido corriendo antes de que su padre finalizase el sonido de la "A". Corrió, corrió como nunca antes, sintiendo cómo el viento le azotaba los cabellos y se los retiraba de la cara, hasta el punto de que quedaban tiesos tras la cabeza del chico. Se esforzó en dar las zancadas largas, para avanzar más con menos esfuerzo. Se concentró en mover los brazos hacia detrás y hacia delante muy exageradamente para impulsarse más. Se centró en la señal, que se acercaba por momentos. Los pequeños músculos de las piernas de Kazemaru rendían a tope, mientras el niño hacía la mejor marca de toda su vida.

Al llegar a la señal, en lugar de parar, extendió un brazo y, utilizando la fría barra de metal como punto de giro, dio la vuelta completa sin reducir la velocidad, tras lo cual salió escopetado hacia el punto donde sus padres, unas manchas alargadas, lo esperaban.

"Vamos, Ichirouta, ahora sprint, tenemos que demostrar lo que podemos hacer" se dijo.

Pensó en las palabras de Ryouta. Pensó en el apoyo del joven ayudante. Redobló sus esfuerzos.

Cuando llevaba recorridos ya veinte metros, comenzó a pisar solamente con las puntas de los pies para ir aún más veloz. Los últimos cuarenta metros los hizo a toda pastilla.

"Ya son cuarenta metros, ahora hay que empezar a reducir la velocidad" pensó.

Volvió a pisar con toda la planta del pie, y empezó a dar zancadas más cortas, reduciendo así la velocidad un poco, lo suficiente para luego poderse parar cómodamente. Con todo y con eso, pasó zumbando junto a su padre, quien, boquiabierto, pulsó el botón del reloj con un sencillo y electrónico "piii". Kazemaru aprovechó el resto de la calle para frenar poco a poco y volver andando hasta su padre.

Jadeando, el niño le preguntó a su padre:

-¿Cómo lo he hecho, papi?

Su progenitor bajó el brazo por toda respuesta, para que Kazemaru pudiera leer el tiempo que había hecho.

20"89

¡Era una marca alucinante, impresionante, fantástica! ¡Era la mejor marca de toda su vida!

 -¡Síiii! -chilló el niño, dando saltitos. Su padre miró a su madre con los ojos como platos, a lo que ella respondió con otra mirada atónita.

Los dos adultos entraron en la casa familiar sin mediar palabra, mirando con los ojos desorbitados los cuatro dígitos parpadeantes del reloj.

-Kazemaru, cariño, sube a tu cuarto a jugar un rato. Ahora merendamos -le dijo su madre con voz extraña. Kazemaru se asustó un poco. Esa voz no era propia de su madre.

Aun así, el niño hizo lo que le decían. Eso sí, pegó la oreja a la puerta en cuanto la cerró tras entrar. Podía oír murmullos, pero sus padres estaban poniendo especial cuidado en hablar en voz muy baja, por lo que no pudo entender una sola palabra. Con cierta rabia contenida, cogió su cuaderno de hojas blancas y sus ceras de colores y comenzó a dibujar.

Primero dibujó un muñeco contento con pelo azul. Luego, otro muñeco calvo y gordo con un micrófono en la mano, y muchos brillos. También dibujó a una pareja de muñecos que miraban al muñeco contento con una sonrisa, y otros dos muñecos, uno con el pelo blanco y otro con un saco de arroz de cinco kilos. Después dibujó un palo dorado en la mano del primer muñeco. Luego, escribió con cuidado sobre cada muñeco su nombre.

-Ichirouta -deletreó mientras escribía su nombre sobre el muñeco de pelo azul-. Periodista -sobre el muñeco calvo y gordo-. Mamá y papá -para la pareja que lo miraba a él-. Señor Midoriyama y Ryota -para los dos muñecos.

Como título, puso por detrás "El premio para Ichirouta Kazemaru" y una gran cara sonriente. Justo cuando acababa de dibujar la sonrisa, su padre llamó a la puerta.

-¿Ichi? Ven, queremos hablar contigo. 

Kazemaru dejó las ceras en su bote y salió de su cuarto con su dibujo en la mano.

**********

-Verás, Ichirouta, hemos pensado... Bueno, verás, te acabamos de ver correr, y nos has... Impresionado. No, esa no es la palabra, nos has... Asombrado. Alucinado. Eres increíble, hijo. Increíble.

-Lo que tu padre quiere decir, cielo -le dijo su  madre con cariño-, es que no sabíamos que eras tan especial. Eres único, Ichirouta. Nadie más puede correr tanto y tan bien como lo haces tú. No con tu edad, desde luego. Tu padre y yo lo hemos estado hablando, y...

La madre de Kazemaru hizo una pausa para tomar aliento, y luego continuó.

-...Y queríamos saber si te gusta correr.

Kazemaru asintió.

-Y si, en tal caso, querrías ir a un club de deporte especial por las tardes. Allí hay gente que también es muy buena en deportes, y puede que encuentres amigos y mejores incluso más. ¿Quieres, cariño?

Kazemaru se quedó petrificado por un momento.

¡Era el primer paso de Ryota! ¡El club! ¡Entrenar! ¡Y luego venía el instituto y luego las becas y luego ser el mejor mejorcísimo de todo el mundo mundial! ¡Claro que quería!

Sus padres se miraron con cierto temor mientras el niño permanecía inmóvil.

Luego, Kazemaru explotó.

-¡¡¡Claro que SÍ, mamá, sí que quiero, sí, sí, síiiii, y luego voy a ir a un instituto y a ser el mejor y a sacar becas!!! ¡¡¡¡¡SÍIIIIIIIIIII!!!!!


El niño se puso a dar saltos de alegría por todo el salón. Luego se le ocurrió una idea.

-¡Voy a decírselo a Ryota! ¡Ahora vengo!

Kazemaru salió corriendo casi tan rápido como antes, deseoso de hacer partícipe de su alegría a su amigo. Sus padres se sonrieron.

**********

-¡Ryota, Ryota, señor Midoriyama, voy a ir a un club para correr! -gritó Kazemaru, irrumpiendo en la tienda. La clienta a la que estaba atendiendo el señor Midoriyama se dio la vuelta con el ceño fruncido, pagó de mala manera y se fue casi indignada.

-¿Kazemaru? ¡Qué me dices! ¿De verdad? -le preguntó Ryota, a quien no le podía importar menos aquella borde consumidora. Siempre se quejaba de los precios y del servicio, además de llevarse lo mínimo, por lo que no era una pérdida demasiado notoria.

-¡¡¡SÍIIIII!!!

-Pero ¡eso es fantástico, Kazemaru!

Ambos se pusieron a dar saltos por la tienda.

-¡Más despacio, vosotros dos, más despacio! ¿Alguien me cuenta lo que pasa aquí? -preguntó el señor Midoriyama. Tras escuchar el breve resumen de Ryota, le guiñó un ojo al niño-. Esto bien merece... ¡una bolsa de caramelos!

Le llenó al niño una gran bolsa de caramelos. Con azúcar, claro.

-¡Por un brillante amigo! -le dijo, guiñándole el ojo.

Kazemaru supo entonces que hacía lo correcto, y que perseguiría su sueño hasta el final junto a su familia y amigos.

Y que nunca, nunca abandonaría jamás su pasión.