viernes, 10 de enero de 2014

Oneshot: Futuro - Inazuma Eleven FanFic



http://es.inazuma.wikia.com/wiki/Nathan_Swift



-¡Ichirouta! ¡Rápido, se me ha acabado el arroz para tu onigiri! ¿Puedes ir a la tienda y comprar un paquete, cariño? ¡Coge de la entrada unas monedas de 500 yen!

-¡Vale, mamá!

Kazemaru dejó las ceras en la mesa de la cocina junto a su dibujo, y fue a la entrada a por las monedas, cogiendo cuatro por si acaso. Abrió la puerta, y antes de salir se fijó en el reloj.

-Las... doce y media justas. Tres, dos uno... ¡ya!

Al grito de "¡Ya!", Kazemaru salió corriendo calle abajo. Con las monedas bien sujetas en el puño cerrado, aceleró para tomar la curva de su calle y salir a la calle principal, donde se ubicaban todos los comercios y establecimientos, grandes y pequeños, callejeros y oficiales. Una amplia variedad de objetos, alimentos y diversiones por poco no tienta al niño de olvidarse de su misión, pero Kazemaru era un niño disciplinado, y sabía perfectamente que lo primero es siempre el deber. Correteó entre los puestos varios, esquivando con habilidad y asombrosa rapidez a varias mujeres gordas y sudorosas cargadas de alimentos, hasta llegar a la tienda que quería.

-Un saco de arroz, por favor -pidió al dependiente. Éste lo miró con cariño, y sacó de debajo de la barra un saco de cinco kilos lleno de delicioso arroz.

-Son 1500 yens, Ichirouta. ¿Otra vez se le ha acabado a tu madre el arroz mientras os cocinaba el almuerzo? -preguntó mientras el niño contaba las monedas.

-Sip -contestó, tendiéndole tres disquitos metálicos al dependiente-. Yo creo que sería mejor comprar el arroz antes de hacer la comida, porque no tendría problemas con la cantidad, ¿no cree?

-Hahaha, eres bastante sensato, chico. ¡Ryota! Ayuda al chico a llevar el arroz.

Un joven larguirucho con expresión alegre se acercó al mostrador, y se cargó al hombro el saco.

-Enseguida. ¿A dónde, campeón?

-Yo le guío. ¡Gracias, señor Midoriyama!

El anciano agitó la mano a modo de respuesta.


**********

-Vaya, chico, le caes bastante bien al señor Midoriyama. Nunca había visto a nadie llamarlo por su nombre o apellido sin recibir una colleja -comentó Ryota cuando salieron de la ajetreada calle comercial-. A mí mismo no me está permitido dirigirme a él de otro modo que no sea "jefe" o "señor"...

-El señor Midoriyama es muy amable -sonrió Kazemaru-. Cuando mamá me deja comprar caramelos siempre me pone los mejores. A los que no se les ha ido el azúcar de encima.

-¡Jajaja! Pues entonces sí que te tiene en gran estima... Por cierto, de la tienda a tu casa hay un buen trecho, chaval. No me extraña que vinieras algo rojo, en sentido contrario es todo cuesta arriba.

-¿Eh? Ah, no, es que al subir la cuesta he hecho sprint en lugar de seguir corriendo con el mismo ritmo. A veces lo hago para ver cuánto tiempo puedo aguantar.

-¿¡¿Has venido corriendo?!? Pero si debes tener unos siete u ocho años. Es imposible que hayas llegado tan fresco tras semejante palizón -se sorprendió Ryota.

-Lo hago desde que tenía cinco años. Me gusta mucho correr y notar el viento en la cara. Es muy agradable.

-¿De veras? ¿Y si me enseñas lo veloz que eres? Venga, a ver cuánto tardas en llegar a... -el joven señaló una farola a unos cincuenta metros-, a esa farola. Preparados, listos... espera que pongo el cronómetro del reloj... ¡YA!

No bien hubo pronunciado la A, Kazemaru salió a toda máquina. Sus piernas estaban perfectamente coordinadas, como las de un atleta profesional, y daba unas zancadas sorprendentemente largas. Balanceaba mucho los brazos para tener  un mayor equilibrio, y era veloz como el rayo. En seis segundos diecisiete décimas estaba en la farola.

-¿¡¿Cómo has llegado en tan poco?!? -a Ryota se le salían los ojos de las órbitas-. Sabes, los estudiantes de instituto tienen dificultades para llegar a los seis. Y eso los más profesionales. Chaval, eres un prodigio.

Kazemaru no sabía muy bien lo que quería decir "prodigio", pero sonaba muy bien, así que sonrió.

-¿Has pensado en ser corredor profesional de mayor? Podrías ser el mejor deportista de toda la historia de Japón. Con ese tiempo...

-¿El mejor? -se sorprendió el niño-. ¡Eso sería fantástico! Pero no sé si valgo...

-Pues claro que vales, no digas bobadas. ¿Tú has visto el tiempo que acabas de hacer? Si entrenas a diario de aquí al instituto y logras ser tan extraordinario como acabas de demostrarme que puedes ser, puede que te den una beca de deportes en una gran universidad. ¡Quizá te lleguen ofertas hasta del extranjero! ¡De Estados Unidos! ¡De Europa! ¡De todo el mundo! Y cuando te entrevisten -añadió Ryota con un guiño-, acuérdate del viejo Ryota y de su jefe Midoriyama, que te llevaban el arroz y te daban los caramelos con azúcar, ¿eh?

-¿Usted cree que puedo llegar tan lejos? No sé... A lo mejor hay muchos niños que también corren mucho.

-Oh, vamos, trátame de tu, que me haces sentir como si fuera un venerable anciano. Y, querido niño, te aseguro que no hay nadie, al menos en esta ciudad, ni tampoco en las vecinas, que corra como tú lo haces. Eres... un prodigio.

Kazemaru sonrió de nuevo. Dicha dos veces y con ese tono, la palabra "prodigio" debía significar algo súper bueno.

-¡Entonces lo haré! Seguiré corriendo e intentaré llegar súper alto. Y cuando me pregunten, diré que vengan a visitar la tienda del señor Midoriyama, que siempre da los caramelos con azúcar.

-¡Jajaja! Me alegro, chico, aunque, ¿sabes? Yo no iría diciendo por ahí lo de los caramelos, ¡a ver si se nos va a quejar alguien por creerse que timamos a los críos!


**********

Ryota y Kazemaru siguieron hablando acerca de la extraordinaria habilidad del pequeño para la velocidad hasta la casa de este, que fue donde la voz chillona de la madre de Kazemaru los interrumpió.

-¡Ichirouta! ¡Vamos, que te tengo que hacer el almuerzo!

-¡Sí, mamá! -contestó Ichirouta. Después se volvió hacia Ryota- Gracias por ayudarme a llevarlo, me has ayudado mucho. Déjamelo, que se lo llevo a mamá.

-No, tranquilo, yo lo meto en tu casa.

Ryota subió el saco por la escalera de la entrada, y entró en la casa tras quitarse los zapatos en la entrada.

-Aquí tiene, señora. Cinco kilos del mejor arroz. Su chico es toda una joya -al oír esto, la cara de Kazemaru resplandeció como el sol-. Por cierto, ¿ha pensado en apuntarlo a alguna escuela de atletismo o alguna competición? Este niño es un prodigio de la velocidad, va endiabladamente deprisa.

Al oír el tercer "prodigio", Kazemaru ensanchó aún más, si cabe, su ya de por sí descomunal sonrisa. Tres veces en un día, debía de ser el niño más especial y "prodigiooso" que había pisado la Tierra. Mientras el ayudante de Midoriyama le daba a la madre del niño una dirección de un club de deporte de un amigo suyo, Kazemaru dejó en la entrada la moneda que le había sobrado, tras lo cual volvió a la cocina, justo a tiempo para que Ryota lo despidiera.

-¡Adiós, campeón! Sigue corriendo como si no hubiera mañana, ¿eh?

Tras alborotarle el pelo, salió de la casa, y por la ventana Kazemaru pudo ver cómo agitaba la mano para decirle adiós de nuevo.


**********

-Ichirouta, ¿luego...? Bueno, quería saber si podrías demostrarnos a tu padre y a mí cómo corres -comentó su madre. Kazemaru, que tenía la boca llena de arroz, asintió.

-¡Claro, mamá! -dijo tras tragar.

Sus padres cruzaron una mirada fugaz y luego siguieron comiendo mientras veían las noticias.


**********

-Venga, Ichi, a ver qué bien lo haces -lo animó su padre mientras buscaba el cronómetro en su reloj de pulsera multifunción. Cuando al fin lo encontró, le explicó al niño las normas-. A ver cuánto tardas en ir hasta esa señal, darle una vuelta entera y volver.

Kazemaru frunció el ceño mientras buscaba la señal, hasta que la encontró. Estaba a aproximadamente ochenta metros. Su madre le dio unas palmaditas en la espalda para animarlo, y después dejó espacio al niño para que se colocase. Él adoptó la posición de los corredores profesionales: con una pierna flexionada adelantada, la otra recta y las manos en el suelo. Pese a su corta edad, mantenía la postura perfectamente.

-Preeeeeparados... Listoooooooos... ¡YA!

De nuevo, Kazemaru había salido corriendo antes de que su padre finalizase el sonido de la "A". Corrió, corrió como nunca antes, sintiendo cómo el viento le azotaba los cabellos y se los retiraba de la cara, hasta el punto de que quedaban tiesos tras la cabeza del chico. Se esforzó en dar las zancadas largas, para avanzar más con menos esfuerzo. Se concentró en mover los brazos hacia detrás y hacia delante muy exageradamente para impulsarse más. Se centró en la señal, que se acercaba por momentos. Los pequeños músculos de las piernas de Kazemaru rendían a tope, mientras el niño hacía la mejor marca de toda su vida.

Al llegar a la señal, en lugar de parar, extendió un brazo y, utilizando la fría barra de metal como punto de giro, dio la vuelta completa sin reducir la velocidad, tras lo cual salió escopetado hacia el punto donde sus padres, unas manchas alargadas, lo esperaban.

"Vamos, Ichirouta, ahora sprint, tenemos que demostrar lo que podemos hacer" se dijo.

Pensó en las palabras de Ryouta. Pensó en el apoyo del joven ayudante. Redobló sus esfuerzos.

Cuando llevaba recorridos ya veinte metros, comenzó a pisar solamente con las puntas de los pies para ir aún más veloz. Los últimos cuarenta metros los hizo a toda pastilla.

"Ya son cuarenta metros, ahora hay que empezar a reducir la velocidad" pensó.

Volvió a pisar con toda la planta del pie, y empezó a dar zancadas más cortas, reduciendo así la velocidad un poco, lo suficiente para luego poderse parar cómodamente. Con todo y con eso, pasó zumbando junto a su padre, quien, boquiabierto, pulsó el botón del reloj con un sencillo y electrónico "piii". Kazemaru aprovechó el resto de la calle para frenar poco a poco y volver andando hasta su padre.

Jadeando, el niño le preguntó a su padre:

-¿Cómo lo he hecho, papi?

Su progenitor bajó el brazo por toda respuesta, para que Kazemaru pudiera leer el tiempo que había hecho.

20"89

¡Era una marca alucinante, impresionante, fantástica! ¡Era la mejor marca de toda su vida!

 -¡Síiii! -chilló el niño, dando saltitos. Su padre miró a su madre con los ojos como platos, a lo que ella respondió con otra mirada atónita.

Los dos adultos entraron en la casa familiar sin mediar palabra, mirando con los ojos desorbitados los cuatro dígitos parpadeantes del reloj.

-Kazemaru, cariño, sube a tu cuarto a jugar un rato. Ahora merendamos -le dijo su madre con voz extraña. Kazemaru se asustó un poco. Esa voz no era propia de su madre.

Aun así, el niño hizo lo que le decían. Eso sí, pegó la oreja a la puerta en cuanto la cerró tras entrar. Podía oír murmullos, pero sus padres estaban poniendo especial cuidado en hablar en voz muy baja, por lo que no pudo entender una sola palabra. Con cierta rabia contenida, cogió su cuaderno de hojas blancas y sus ceras de colores y comenzó a dibujar.

Primero dibujó un muñeco contento con pelo azul. Luego, otro muñeco calvo y gordo con un micrófono en la mano, y muchos brillos. También dibujó a una pareja de muñecos que miraban al muñeco contento con una sonrisa, y otros dos muñecos, uno con el pelo blanco y otro con un saco de arroz de cinco kilos. Después dibujó un palo dorado en la mano del primer muñeco. Luego, escribió con cuidado sobre cada muñeco su nombre.

-Ichirouta -deletreó mientras escribía su nombre sobre el muñeco de pelo azul-. Periodista -sobre el muñeco calvo y gordo-. Mamá y papá -para la pareja que lo miraba a él-. Señor Midoriyama y Ryota -para los dos muñecos.

Como título, puso por detrás "El premio para Ichirouta Kazemaru" y una gran cara sonriente. Justo cuando acababa de dibujar la sonrisa, su padre llamó a la puerta.

-¿Ichi? Ven, queremos hablar contigo. 

Kazemaru dejó las ceras en su bote y salió de su cuarto con su dibujo en la mano.

**********

-Verás, Ichirouta, hemos pensado... Bueno, verás, te acabamos de ver correr, y nos has... Impresionado. No, esa no es la palabra, nos has... Asombrado. Alucinado. Eres increíble, hijo. Increíble.

-Lo que tu padre quiere decir, cielo -le dijo su  madre con cariño-, es que no sabíamos que eras tan especial. Eres único, Ichirouta. Nadie más puede correr tanto y tan bien como lo haces tú. No con tu edad, desde luego. Tu padre y yo lo hemos estado hablando, y...

La madre de Kazemaru hizo una pausa para tomar aliento, y luego continuó.

-...Y queríamos saber si te gusta correr.

Kazemaru asintió.

-Y si, en tal caso, querrías ir a un club de deporte especial por las tardes. Allí hay gente que también es muy buena en deportes, y puede que encuentres amigos y mejores incluso más. ¿Quieres, cariño?

Kazemaru se quedó petrificado por un momento.

¡Era el primer paso de Ryota! ¡El club! ¡Entrenar! ¡Y luego venía el instituto y luego las becas y luego ser el mejor mejorcísimo de todo el mundo mundial! ¡Claro que quería!

Sus padres se miraron con cierto temor mientras el niño permanecía inmóvil.

Luego, Kazemaru explotó.

-¡¡¡Claro que SÍ, mamá, sí que quiero, sí, sí, síiiii, y luego voy a ir a un instituto y a ser el mejor y a sacar becas!!! ¡¡¡¡¡SÍIIIIIIIIIII!!!!!


El niño se puso a dar saltos de alegría por todo el salón. Luego se le ocurrió una idea.

-¡Voy a decírselo a Ryota! ¡Ahora vengo!

Kazemaru salió corriendo casi tan rápido como antes, deseoso de hacer partícipe de su alegría a su amigo. Sus padres se sonrieron.

**********

-¡Ryota, Ryota, señor Midoriyama, voy a ir a un club para correr! -gritó Kazemaru, irrumpiendo en la tienda. La clienta a la que estaba atendiendo el señor Midoriyama se dio la vuelta con el ceño fruncido, pagó de mala manera y se fue casi indignada.

-¿Kazemaru? ¡Qué me dices! ¿De verdad? -le preguntó Ryota, a quien no le podía importar menos aquella borde consumidora. Siempre se quejaba de los precios y del servicio, además de llevarse lo mínimo, por lo que no era una pérdida demasiado notoria.

-¡¡¡SÍIIIII!!!

-Pero ¡eso es fantástico, Kazemaru!

Ambos se pusieron a dar saltos por la tienda.

-¡Más despacio, vosotros dos, más despacio! ¿Alguien me cuenta lo que pasa aquí? -preguntó el señor Midoriyama. Tras escuchar el breve resumen de Ryota, le guiñó un ojo al niño-. Esto bien merece... ¡una bolsa de caramelos!

Le llenó al niño una gran bolsa de caramelos. Con azúcar, claro.

-¡Por un brillante amigo! -le dijo, guiñándole el ojo.

Kazemaru supo entonces que hacía lo correcto, y que perseguiría su sueño hasta el final junto a su familia y amigos.

Y que nunca, nunca abandonaría jamás su pasión.